El tiempo hace que se trasforme de una mísera oruga a una crisálida silenciosa, en el crecimiento natural e inquebrantable, que tolera la dolorosa aparición de las alas, extremidad necesaria para elevarse sobre los aires y desde ahí, contemplar la verdadera majestuosidad de su condición.
Cuando se siente oruga, experimenta extraños deseos repentinos de volar, que a ratos no entiende y la confunden, ya que, mirando al suelo y sintiendo el peso de su cuerpo y su boca, sabiendo a tierra de tanto arrastrarse, se martiriza con las limitantes dimensiones de su cuerpo torpe y agreste.
Angustiada, un sentimiento baladí la atormenta… olvidando, amarga, el instinto que a ratos, como un murmullo lloroso se le atasca entre la garganta y el pecho…casi gritándole…desde dentro…muy adentro… y desde su insignificancia no imagina el escondido potencial de su condición…y se queda, mirando al cielo…protegida y escondida en una hoja carcomida, que la resguarda de la agresión de terceros y a la vez , le sirve de sustento.
